Foto: UyPress
Este 23 de junio leí la noticia:
Premio Pulitzer 2007 se declara
inmigrante indocumentado.
Por años una licencia de manejo fue su único medio para evitar ser descubierto.
Con una nueva licencia "ganaba" cinco años más, pero estaba agotdo de huir de si mismo y de la administración pública y decidió dar a conocer su situación en un artículo
para The New York Times.
José Vargas es un periodista nacido en Filipinas que como muchos otros "ilegales" ha querido construirse en los Estados Unidos un futuro promisorio a base
de trabajo y dedicación.
Pienso también en todos los Mexicanos e Hispanos en general, que como Vargas viven y trabajan de manera ilegal en EE.UU. y me pregunto hasta cuándo las autoridades se decidirán a concederles opciones accesibles tanto a trabajadores como estudiantes para obtener la residencia legal que les permita disfrutar de la vida y del fruto de su trabajo y dedicación a la luz de la legalidad. Negarles esta posibilidad es negar la evolución de una sociedad, o querer frenar el futuro de un país.
Esta es la historia de José Vargas:
Una mañana de Agosto hace 2 décadas aproximadamente, mi madre me despertó y me puso en un taxi, me dio un abrigo y dijo –Puede hacer frío allá- Cuando llegué al aeropuerto internacional de Filipinas con ella, mi tía y una familia amiga, me presentaron con un desconocido que dijo ser mi tío, me tomó de la mano y subí con él por primera vez a un avión. Era 1993 y yo tenía 12 años.
Mi mamá quería darme una vida mejor, así que me envío a cientos de kilómetros lejos de ella a vivir con sus padres en Estados Unidos, mi abuelo (Lolo en Tagalo) y mi abuela (Lola). Llegué a Mountain View California, en la bahía de Sn Francisco, entré a sexto año y rápido creció en mi, el amor por mi nuevo hogar, familia y cultura. Descubrí mi pasión por el idioma a pesar de lo difícil que fue aprender la diferencia entre el inglés formal y el “caló” estadounidense.
Una de mis memorias tempranas es acerca de un niño con pecas de la secundaria que me preguntó -What's up?- y yo contesté –el cielo, él y otros niños se rieron de mi...
En segundo de secundaria gané el concurso de deletreo (Spelling bee) por memorizar palabras que yo no podía pronunciar correctamente, la palabra que definió el triunfo fue indefatigable.
Un día cuando tenía 16 años fui a sacar mi licencia de conductor, algunos de mis amigos ya tenían la suya y pensé que era tiempo de obtener la mía. Sin embrago, cuando le dí al oficial mi tarjeta verde como identificación de residente Estadounidense, él la examinó y murmuró – Esto es falso, no vuelvas más por aquí.
Confundido y con miedo pedalee hasta la casa y confronté a mi Lolo, recuerdo que estaba sentado en el garaje recortando cupones. Solté mi bicicleta y corrí hacia él mostrándole mi tarjeta –¿Es falsa?- pregunté. Mi abuelos eran ya Estadounidenses naturalizados, trabajaron, él como guardia de seguridad y ella sirviendo comida, y habían mantenido a mi mamá desde que yo tenía 3 años, después de la separación de mis padres provocada por la infidelidad de mi papá y su incapacidad de mantenernos.
Lolo era un hombre orgulloso y pude ver la vergüenza en su cara mientras me decía que me había comprado la tarjeta junto con otros documentos falsos.
– No la muestres a otras personas-me dijo.
Entonces decidí que nunca iba a dar motivos para que dudaran de que yo fuera un ciudadano de Estados Unidos. Me convencí a mi mismo de que trabajaría lo suficiente y haría los méritos suficientes para ser recompensado con la ciudadanía. Sentí que podía lograrlo.
Y lo he hecho en los 14 años que han pasado. Me gradué de la preparatoria y la universidad y construí una carrera como periodista entrevistando a algunas de las personas más famosas del país. En apariencia he vivido una buena vida. He vivido el sueño Americano, a pesar de lo cual aún soy un inmigrante indocumentado. Y eso significa vivir en una realidad diferente. Significa vivir con miedo a ser descubierto. No poder confiar en la gente, ni siquiera en aquellos más cercanos con quienes me comporto tal y como soy. Significa guardar las fotos de mi familia en una caja de zapatos en lugar de mostrarlas en los estantes de mi casa para que mis amigos no pregunten por ellos. Significa, aunque me resulte muy difícil, hacer cosas que sé muy bien son ilegales.
Y ha significado apoyarme en una especie de tren subterráneo del siglo 21 lleno de personas que se han interesado en mi futuro y se han arriesgado por mí.
El año pasado leí acerca de cuatro estudiantes que marcharon de Miami a Washington para abogar por el Dream Act, un proyecto de ley de inmigración de casi una década de antigüedad, que proporcionaría una vía hacia la residencia legal permanente para los jóvenes que han sido educados en este país. Y a riesgo de ser deportados - la administración de Obama ha deportado a casi 800.000 personas en los últimos dos años – ellos se manifestaron. Su coraje me inspiró.
Se estima que hay cerca de 11 millones de indocumentados inmigrantes en los Estados Unidos. No somos siempre quienes Ustedes piensan que somos. Algunos recogemos las fresas, otros cuidamos a sus hijos, algunos estamos en la preparatoria, otros en la Universidad. Y algunos resultamos ser escritores de los artículos que Ustedes tal vez lean.
Yo crecí en Estados Unidos. Este es mi hogar y aún cuando me considero a mi mismo Estadounidense y considero a Estados Unidos mi país, mi país no piensa en mi como uno de los suyos.
“Yo defino a un Estadounidense como alguien que trabaja duro, alguien que está orgulloso de estar en este país y contribuye con él. Soy independiente, soy auto-suficiente y pago mis impuestos. Soy Estadounidense, sólo que no tengo los papeles necesarios...y entonces, como periodista les pregunto -¿Qué harían Ustedes?”
José Vargas ganador del premio Pulitzer 2007.
Este 23 de junio leí la noticia:
Premio Pulitzer 2007 se declara
inmigrante indocumentado.
Por años una licencia de manejo fue su único medio para evitar ser descubierto.
Con una nueva licencia "ganaba" cinco años más, pero estaba agotdo de huir de si mismo y de la administración pública y decidió dar a conocer su situación en un artículo
para The New York Times.
José Vargas es un periodista nacido en Filipinas que como muchos otros "ilegales" ha querido construirse en los Estados Unidos un futuro promisorio a base
de trabajo y dedicación.
Pienso también en todos los Mexicanos e Hispanos en general, que como Vargas viven y trabajan de manera ilegal en EE.UU. y me pregunto hasta cuándo las autoridades se decidirán a concederles opciones accesibles tanto a trabajadores como estudiantes para obtener la residencia legal que les permita disfrutar de la vida y del fruto de su trabajo y dedicación a la luz de la legalidad. Negarles esta posibilidad es negar la evolución de una sociedad, o querer frenar el futuro de un país.
Esta es la historia de José Vargas:
Una mañana de Agosto hace 2 décadas aproximadamente, mi madre me despertó y me puso en un taxi, me dio un abrigo y dijo –Puede hacer frío allá- Cuando llegué al aeropuerto internacional de Filipinas con ella, mi tía y una familia amiga, me presentaron con un desconocido que dijo ser mi tío, me tomó de la mano y subí con él por primera vez a un avión. Era 1993 y yo tenía 12 años.
Mi mamá quería darme una vida mejor, así que me envío a cientos de kilómetros lejos de ella a vivir con sus padres en Estados Unidos, mi abuelo (Lolo en Tagalo) y mi abuela (Lola). Llegué a Mountain View California, en la bahía de Sn Francisco, entré a sexto año y rápido creció en mi, el amor por mi nuevo hogar, familia y cultura. Descubrí mi pasión por el idioma a pesar de lo difícil que fue aprender la diferencia entre el inglés formal y el “caló” estadounidense.
Una de mis memorias tempranas es acerca de un niño con pecas de la secundaria que me preguntó -What's up?- y yo contesté –el cielo, él y otros niños se rieron de mi...
En segundo de secundaria gané el concurso de deletreo (Spelling bee) por memorizar palabras que yo no podía pronunciar correctamente, la palabra que definió el triunfo fue indefatigable.
Un día cuando tenía 16 años fui a sacar mi licencia de conductor, algunos de mis amigos ya tenían la suya y pensé que era tiempo de obtener la mía. Sin embrago, cuando le dí al oficial mi tarjeta verde como identificación de residente Estadounidense, él la examinó y murmuró – Esto es falso, no vuelvas más por aquí.
Confundido y con miedo pedalee hasta la casa y confronté a mi Lolo, recuerdo que estaba sentado en el garaje recortando cupones. Solté mi bicicleta y corrí hacia él mostrándole mi tarjeta –¿Es falsa?- pregunté. Mi abuelos eran ya Estadounidenses naturalizados, trabajaron, él como guardia de seguridad y ella sirviendo comida, y habían mantenido a mi mamá desde que yo tenía 3 años, después de la separación de mis padres provocada por la infidelidad de mi papá y su incapacidad de mantenernos.
Lolo era un hombre orgulloso y pude ver la vergüenza en su cara mientras me decía que me había comprado la tarjeta junto con otros documentos falsos.
– No la muestres a otras personas-me dijo.
Entonces decidí que nunca iba a dar motivos para que dudaran de que yo fuera un ciudadano de Estados Unidos. Me convencí a mi mismo de que trabajaría lo suficiente y haría los méritos suficientes para ser recompensado con la ciudadanía. Sentí que podía lograrlo.
Y lo he hecho en los 14 años que han pasado. Me gradué de la preparatoria y la universidad y construí una carrera como periodista entrevistando a algunas de las personas más famosas del país. En apariencia he vivido una buena vida. He vivido el sueño Americano, a pesar de lo cual aún soy un inmigrante indocumentado. Y eso significa vivir en una realidad diferente. Significa vivir con miedo a ser descubierto. No poder confiar en la gente, ni siquiera en aquellos más cercanos con quienes me comporto tal y como soy. Significa guardar las fotos de mi familia en una caja de zapatos en lugar de mostrarlas en los estantes de mi casa para que mis amigos no pregunten por ellos. Significa, aunque me resulte muy difícil, hacer cosas que sé muy bien son ilegales.
Y ha significado apoyarme en una especie de tren subterráneo del siglo 21 lleno de personas que se han interesado en mi futuro y se han arriesgado por mí.
El año pasado leí acerca de cuatro estudiantes que marcharon de Miami a Washington para abogar por el Dream Act, un proyecto de ley de inmigración de casi una década de antigüedad, que proporcionaría una vía hacia la residencia legal permanente para los jóvenes que han sido educados en este país. Y a riesgo de ser deportados - la administración de Obama ha deportado a casi 800.000 personas en los últimos dos años – ellos se manifestaron. Su coraje me inspiró.
Se estima que hay cerca de 11 millones de indocumentados inmigrantes en los Estados Unidos. No somos siempre quienes Ustedes piensan que somos. Algunos recogemos las fresas, otros cuidamos a sus hijos, algunos estamos en la preparatoria, otros en la Universidad. Y algunos resultamos ser escritores de los artículos que Ustedes tal vez lean.
Yo crecí en Estados Unidos. Este es mi hogar y aún cuando me considero a mi mismo Estadounidense y considero a Estados Unidos mi país, mi país no piensa en mi como uno de los suyos.
“Yo defino a un Estadounidense como alguien que trabaja duro, alguien que está orgulloso de estar en este país y contribuye con él. Soy independiente, soy auto-suficiente y pago mis impuestos. Soy Estadounidense, sólo que no tengo los papeles necesarios...y entonces, como periodista les pregunto -¿Qué harían Ustedes?”
José Vargas ganador del premio Pulitzer 2007.